Una masa casi indefinible de cuerpos en descomposición cubre el fondo del Océano Atlántico y se extiende a lo largo de las noventa millas entre La Habana y Miami. Ya es imposible hablar de un engendro exclusivamente capitalista: el zombi, nacido en el Haití de la época colonial (Paravisini-Gebert), es ahora socialista; existe y habita entre nosotros.
La más reciente edición de los Premios Goya organizada por la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de España vuelve a poner al cine caribeño en la mirilla. El filme Juan de los muertos (2012, Alberto Brugués) se hizo en la noche del 17 de febrero de 2013 con el Goya a la mejor película iberoamericana. La historia se sitúa en La Habana, poco más de cincuenta años después de la Revolución, específicamente durante “la cosa ésta que vino después” del Período Especial, como explica el protagonista, Juan (Alexis Díaz de Villegas). La imposibilidad de definir el momento actual en la sociedad y la política cubana pronto encuentra su equivalente en la aparición de seres extraños que pululan por mar y tierra. Son los zombis que han tomado el control del país y que, como el contexto sociopolítico cubano, no se pueden definir: ¿muertos o vivos?, ¿disidentes o compañeros? La explicación es doble: mientras que para los habaneros se trata de una verdadera arma de destrucción masiva que impide la convivencia en la ciudad, para el gobierno cubano, en cambio, son un nuevo intento de los anarquistas, apoyados por el gobierno yanqui, de derrocar al otro gran muerto-vivo que es el gobierno castrista.
Juan, acompañado de su amigo apropiadamente llamado Lázaro (Jorge Molina), pronto descubre en esta situación una nueva oportunidad para comprobar que es un sobreviviente. Si sobrevivió “a Mariel, a Angola, al Período Especial, y a ésta cosa que vino después,” entonces también es capaz de sobrevivir y hasta de combatir la plaga infecciosa de los zombis. Es así que nace el negocio de asesinar por encargo a los “seres queridos” que se han transformado ahora en, literalmente, portadores de “gusanos”. Irónicamente, el paisaje a partir de ese momento se hace más homogéneo: si los edificios de la ciudad muestran constantemente su cara deteriorada que resiste como puede los embistes del tiempo y la falta de restauración, ahora la ruina se hace visible en los propios habitantes, aun cuando, en principio, todos parecen tener el mismo aspecto monótono de siempre, como observa una futura víctima ante la horda de zombis marchando por las calles: “Yo los veo igual que siempre”.
Juan de los muertos es una combinación de humor con elementos del cine de horror, algo que ya se había visto en 1985 con Vampiros en La Habana, película de animación del cubano Juan Padrón. En el filme de Padrón, sin embargo, la invasión proviene del exterior cuando los vampiros de Europa del Este descubren que un científico cubano posee la fórmula que les permite soportar la exposición al sol sin peligro de muerte. No obstante, a pesar del precedente de Padrón, no es hasta estos últimos dos años que el cine del Caribe hace su incursión de modo más sistemático y formal en el oscuro mundo del horror y del terror.
El horror visceral, no obstante, aparece ya desde el 2005 con el estreno de Andrea del dominicano Rogert Bencosme. El filme es la historia de Andrea (Any Ferreiras), una adolescente que inocentemente roba una cruz de un sepulcro para colocarla en la tumba de su reciente fallecida madre. Este hecho provoca la ira del espíritu que se libera y reclama lo que le ha sido arrebatado. Andrea es poseída por el espíritu que en vida había sido amigo de la infancia de Flora (Elvira Grullón), abuela de Andrea. En el pasado, cuando la joven Flora rechaza la propuesta amorosa de su amigo, éste se suicida y permanece encerrado en la tumba durante años hasta que es liberado en el presente de la narración por la joven protagonista. El padre de Andrea, Manuel (Hensy Pichardo), quien al comienzo de la película regresa del extranjero después de un largo período ausente, debe salvar a su hija por lo cual recurre a la ayuda de espiritistas. Aun a pesar del bajo presupuesto de la película, la misma recibió el Premio del Público del New York International Independent Film and Video Festival. La historia, alegan sus creadores, está basada en hechos reales ocurridos en Moca al norte de la República Dominicana.
Poco después del estreno de Juan de los muertos, aparecen dos filmes puertorriqueños que se valen de elementos propios del gótico clásico y que, podría decirse, contribuyen, junto con el filme de Brugués, a una nueva tradición cinematográfica: Los condenados (2012) de Roberto Busó-García y Under My Nails (2012) de Arí Maniel Cruz. El primero hace eco del más clásico cine de terror y suspenso: un pueblo remoto, una familia que guarda secretos, una casa presuntamente embrujada. Ana Puttnam (Cristina Rodlo), junto con su padre, vuelve desde México al ficticio pueblo de Rosales para reivindicar la imagen de éste, un médico estadounidense altruista que se encuentra, como si de un personaje de Poe se tratase, en estado catatónico. Ana planea convertir la casona familiar en un gran museo en el cual se pueda preservar el legado científico de su padre. Sin embargo, una vez en Rosales, la protagonista tendrá que descubrir los terribles secretos que oculta su familia y el pueblo. La clásica relación entre ciencia y horror que aparece en el siglo XIX vuelve en la película de Busó-García para presentar los crímenes cometidos contra la inocencia, la de los niños y la de un pueblo sometido al escalofriante y destructivo progreso científico.
Under My Nails, por su parte, es un thriller que presenta la figura del asesino perverso y de las mujeres que están a su merced. Filmada en Nueva York, la película sigue el día a día de Solimar (Kisha Tikina Burgos), una mujer puertorriqueña en el Bronx cuyo pasado está marcado por el abandono de su madre y el suicidio de su padre, y su vecino, Roberto (Iván Camilo), un dominicano que vive con su madre y que mantiene una violenta y masoquista relación con Perpetue (Dolores Pedro), una dominico-haitiana. La curiosidad que Solimar siente hacia Roberto y Perpetue la lleva a espiar (siempre a través de rendijas, agujeros mínimos o espacios reducidos) a Roberto y Perpetue y, finalmente, a presenciar el crimen violento de ésta. Solimar también desarrolla una morbosa obsesión sexual con el presunto asesino de quien parece enamorarse. Como en Los condenados, en Under My Nails la vivienda también es personaje porque es la que esconde amenazas, misterios y, posiblemente, cadáveres. Pero el terror en Under My Nails no sólo es el que genera la violencia y el crimen, sino también el que nace del abandono y la soledad. Solimar es un personaje solitario y apagado y su única relación es la que mantiene con Amalia (Antonio Pantojas), su amigo homosexual que actúa como una especie de madre y cuya pareja, además, tampoco habla porque se encuentra en estado vegetativo. Under My Nails, por lo tanto, es la historia de los “desplazados e inclasificables” –los emigrantes caribeños, los nuyoricans, los dominico-haitianos, los homosexuales, los enfermos. El terror de la ciudad y en la ciudad engulle a los más desprotegidos.
Si la película Andrea se estructura como un viaje que va de la realidad a la ficción, es decir, el hecho “real” adaptado al cine, en la película Desconocidos (2012, Andrés Ramírez), los personajes principales –un grupo de actores desconocidos contratados para realizar una película dentro de la película– hacen el recorrido inverso dentro de la trama. Sin saberlo, los actores son contratados para protagonizar una película “snuff”; los hechos que creen estar actuando, realmente ocurren; la ficción se convierte en realidad. Dos caras del terror, de esa forma, van desde Andrea hasta Desconocidos: la representación ficticia de algo que pudo haber ocurrido en el pasado y la representación de algo que podría llegar a ocurrir en el futuro. El terror se vuelve ineludible y omnipresente.
Finalmente, este año se estrenó Se vende del cubano Jorge Perugorría. El contexto de la película es el de la Cuba más reciente, durante el proceso de apertura iniciado por Raúl Castro. Los personajes tienen celulares, hay internet –aun cuando limitado–, y los cubanos de Miami vuelven para comprar antiguas propiedades (¿casas embrujadas?) de la Habana Vieja. Nácar (Dailenys Fuentes), la protagonista, aconsejada por el espíritu de su madre (Mirtha Ibarra), decide vender la bóveda familiar del cementerio para poder conseguir un poco de dinero. Cuando su compañera de trabajo la convence de que también venda los huesos de los difuntos, Nácar le pide ayuda a Noel (Jorge Perugorría) a quien había conocido poco antes y con quien inicia un romance. La película, como aclara el propio Perugorría, es un homenaje a los directores Tomás Gutiérrez Alea y Juan Carlos Tabío a quien considera sus maestros del cine (Cubadebate). Las alusiones a Muerte de un burócrata (1966, Tomás Gutiérrez Alea) o a Fresa y chocolate (1993, Tomás Gutiérrez Alea y Juan Carlos Tabío) no son escasas. Entre ellas, la mezcla de humor con ironía que en Se vende pasa por una puesta en escena de momentos propios del cine de terror, como la exhumación de una tumba o el entierro en vida de uno de los personajes. En una Cuba más abierta al mercado exterior, el terror también se vende y se compra; se vuelve mercancía. El aura misteriosa que cubre a la muerte como idea pasa a ser el aura del arte, la singularidad del objeto artístico, hacia el final de la película cuando el cadáver momificado del padre es exhibido como una escultura en un museo de la ciudad. Si durante el Período Especial, toda la infraestructura cubana –carros antiguos y casas destruidas– se fue tornando en museo abierto, en Se vende, el arte vuelve al interior del museo y junto con éste, entra también lo macabro. Tanto Juan de los muertos como Se vende presentan, entonces, la posibilidad de lucrarse con los cuerpos de los seres queridos y ese lucro es el que ambas películas transforman en arte a través del género de terror.
Zombis, vampiros, casas siniestras, asesinos psicópatas, espíritus… todos pertenecen al género gótico. Como el personaje de Solimar que se encuentra entre dos polos –deseo y rechazo; sol y mar– el gótico muestra una actitud ambivalente ante los cambios acaecidos en la sociedad europea del siglo XVIII como el paso del feudalismo a la industrialización, la migración del campo a la ciudad, la sustitución de la religión por la ciencia, de lo primitivo por lo moderno (Punter). Todo lo residual del pasado se expresa como una presencia monstruosa o fantasmal que se cuela en el interior de la vida doméstica y civilizada del presente pero que, a pesar de amenazar con destruir todo a su paso, no deja de generar fascinación y morbo en quien lo percibe. De ahí que la literatura gótica, desde sus inicios, y el cine de horror y terror, ya en el siglo XX, hayan sido y permanezcan siendo géneros muy populares. Era de esperarse, entonces, que el Caribe terminara por sumarse con fuerza a la lista de geografías amenazadas por los muertos-vivos, los fantasmas, los monstruos y los zombis. El paraíso tropical de las Antillas esconde secretos oscuros que su cine comienza ahora a develar.
Works Cited
Paravisini-Gebert, Lizabeth. “Colonial and Postcolonial Gothic: the Caribbean.” The Cambridge Companion to Gothic Fiction. Ed. Jerrold E. Hogle. Cambridge; Cambridge UP, 2006. 229-257.
“Perugorría estrenará film en el Festival de diciembre.” Cubadebate. n. p., 28 Nov. 2012. Web. Oct. 2013.
Punter, David. The Literature of Terror: A History of Gothic Fictions from 1765 to the Present Day. Londres y Nueva York: Longman, 1980.