El Contexto
El haber sido miembro del Movimiento Homosexual de Lima (Mhol), una de las organizaciones gay/lésbica más antigua de Sudamérica[1] debería producir orgullo y satisfacción, pero ¿qué ocurre cuando dicha organización pertenece al Perú? Pues, se entremezclan muchas sensaciones y emociones. Claro, existe una sensación de orgullo hacia el movimiento, pues hablamos de una organización que viene trabajando por un poco más de 30 años, manteniéndose vigente en un contexto donde el tejido de las organizaciones sociales es débil y fragmentado. Pero también existe frustración debido a que después de todos esos años no se ha logrado ningún marco de protección por parte de los diferentes gobiernos frente a la comunidad LGBT. Contrariamente, lo que ha existido, existe y se halla institucionalizado en la cultura estatal es la negación sistemática y estructural de derechos hacia a esta comunidad específica. Esta situación lleva a cuestionar las estrategias, las acciones y la postura que el movimiento ha tenido frente al Estado.
Mientras son muchos avances y conquistas que se han producido en la región como en el caso de Argentina, Uruguay y Brasil, las reformas constitucionales de Ecuador y Bolivia, en relación al reconocimiento de derechos a la comunidad LGBT; el Perú se encuentra entre los países más homofóbicos, exactamente en el puesto 113 de 138 países evaluados, el peor puesto en la región Latinoamericana[2]. Y claro, definitivamente el contexto homofóbico trae consecuencias tangibles en la comunidad LGBT, lo cual se evidencia a nivel cotidiano, económico, social y principalmente a nivel político, lo que se traduce en la inexistencia de políticas públicas LGBT inclusivas en el país hasta la fecha.
Sin embargo, no es que no exista ninguna política pública dirigida a la comunidad LGBT, sino que se debe mencionar la existencia de una exclusión deliberada por parte del Estado. Por un lado, existe una política pública por omisión (Béjar, 2011: 36), la cual se traduce en un comportamiento sistemático de negación de toda propuesta normativa enfocada en la comunidad LGBT. ¿Qué sentido tiene que en el censo de población y vivienda del año 2013 se omita literalmente a las parejas del mismo sexo que viven bajo un mismo techo, como si se consideró en Chile? Por otro lado, en el Perú, así como en la mayoría de países de la región andina, la principal estrategia de inclusión de la comunidad LGBT ha sido las políticas de salud pública, específicamente las relacionadas a enfrentar la epidemia del VIH y focalizada en ciertos grupos considerados en situación de mayor vulneración (Jaime: 2013).
Para tener una mirada de la situación, desde el primer reporte de Sida en Perú, la epidemia del VIH se ha concentrado en las comunidades de travestis, gays, hombres bisexuales y hombres que tienen sexo con hombres, alcanzando prevalencias de 24.3% en travestis y 17.1% en gays, que constituyen el 56% de casos nuevos, según reportes de la vigilancia centinela (CONAMUSA: 2011). Según Mhol (2012: 7) los servicios de prevención, diagnóstico y atención de ITS y VIH que brinda el Estado peruano alcanzan únicamente al 9.77% de las personas TGB/HSH (teniendo en cuenta el universo de 429, 489 personas), acciones para las que solo se destina el 3.2% del gasto nacional en VIH según el estudio de Medición de Gasto en Salud MEGAS (MINSA: 2012). Además, no más del 50% de personas TGB/HSH alcanzadas por dichos servicios han tenido acceso a una prueba diagnóstica de VIH. Así, aún en tiempos de acceso supuestamente universal y gratuito al tratamiento antirretroviral, cada día mueren tres personas por sida en el Perú. Mientras tanto, el desabastecimiento de condones y antirretrovirales es constante (Mhol, 2012: 7).
En relación a la violencia, el primer informe de derechos humanos de la comunidad LGBT en el Perú (Alvarez y Bracamonte: 2006) identificó que una persona LGBT moría cada cinco días; en la actualidad se ha identificado que cada semana muere asesinada una persona LGBT entre el 2006 al 2010, como expresión más extrema de la violencia sistemática y recurrente que viven las personas por su orientación sexual o identidad de género (Romero: 2011).
Frente a esa situación, el Congreso ha claudicado en su deber de sancionar los crímenes de odio. El proyecto de Ley 3584/2009-CR que proponía la Incorporación de los Crímenes de Odio en el Código Penal fue archivado por presión de los grupos antiderechos y las principales bancadas de ese entonces. En diciembre de 2011 se presentó el proyecto de Ley multipartidario 609/2011-CR contra Acciones Criminales Originadas por Motivos de Discriminación, que fue discutido en comisión y en el pleno en julio del 2013, pero que lamentablemente no fue aprobado.
Sobre el acceso a empleo y trabajo, si bien es cierto que dentro de la comunidad LGBT existen diferencias, resultado de variables como clase, raza, etnicidad, ingreso, pobreza, educación (Sardá-Chandiramani, 2008: 196-197), es bastante claro que la situación de estos sujetos es vulnerable si la analizamos desde la perspectiva del Decent Work, propuesta por la OIT (Ghai: 2006), ya que como es discutido por Ferreyra (2010: 208), donde es posible obtener trabajo fuera de la prostitución, no hay protección frente a la discriminación, como ocurre con los gays y las lesbianas que deben ocultar su orientación en sus lugares de trabajo por temor al despido. En el caso de las travestis, la situación es más cruda, pues la visibilidad intrínseca a la construcción de la identidad y el cuerpo las coloca en una situación de exclusión laboral, donde una de las pocas opciones es el trabajo sexual y otros oficios menores como la cocina, la cosmética y la decoración (Salazar y Villayzan, 2009: 12). Incluso, en el ejercicio del trabajo sexual, ellas buscan la oportunidad de ejercerlo en el exterior, pues éste se percibe como una buena oportunidad de hacer dinero, como ocurre con muchas travestis peruanas que migran hacia Buenos Aires, Madrid y Milán.
La respuesta desde el movimiento
Cuando comencé mi trayectoria en la lucha por mis derechos y los de mis compañeros LGBT, estaba aún en la universidad y fue el llevar un curso de género con la genial luchador feminista Gina Vargas, lo que inspiró en mí una serie de ideas, compromisos y, sobre todo, ánimos y entusiasmo por querer lograr un cambio sustancial. Claro, estando en tercer año de Sociología, tenía más interés en generar cambios a través de la investigación. Sin embargo, fue ya como egresado, cuando empecé a laborar en proyectos relacionados con la salud –específicamente en la respuesta al VIH/Sida– la incidencia política y la promoción de derechos, que entendí que la pura ciencia y la academia no podían entender ni pretender resolverlo todo.
Fue cuando mi entrada al Mhol significó –utilizando las palabras de Tito Bracamonte– el empezar a “contaminarme”, a conocer de primera mano las condiciones de vida de nuestros compañeros, sus luchas cotidianas, sus resistencias personales y comunitarias; a aprender y dialogar desde una posición horizontal entre ellos, incluso a divertirme y disfrutar de sus espacios, que luego se convirtieron también en míos. Ello trajo muchos aprendizajes y recompensas, personales la gran mayoría, pero también académicas y profesionales, pues nunca renuncié a ser un investigador, sino que ello empezó a cobrar un sentido más humano y conllevó un mayor posicionamiento político, desde una voz con identidad LGBT, dejando atrás nociones abstractas, desbordadas de contenido pero no desde una cartografía específica.
Desde entonces me permito hacer “el viaje” de un lado a otro, aunque en algunos espacios académicos he sido relegado por ello, pero a estas alturas y valgan verdades no me interesa lo que la academia tenga que decir al respecto. Fue en mi estadía en una universidad holandesa donde experimenté la clara división que existe entre el activismo y el trabajo intelectual, y cómo el ser activista implicaba que en un salón de clase, una PhD alemana me mencione: “a claro, es que tú eres activista”, donde ese “ah claro” implicaba que ni mi trayectoria ni mi reflexión era suficiente para dialogar sobre la importancia de la identidad en los sujetos insertos en actividades de economía informal.
En Perú actualmente no es que exista –o en todo caso no le he percibido con mayor claridad- una división así, pues existe un diálogo entre ambos campos. Aquí es más frecuente que los activistas se relacionen con la academia, pues es uno de los pocos canales para visibilizar la realidad, a falta de uno formal e institucional por parte del Estado. Lo que existe en el Perú es un estamento o “realeza” académica, mayormente cerrada e instaurada en universidades y que funciona a través de la monopolización de contactos, cooperantes y el acceso a fondos para publicaciones frecuentes. Ellos, donde algunos sin ser parte de la comunidad, tienen licencia para constituir las voces de los sujetos y sus comunidades, incluso de representarnos en espacios internacionales donde se discuten temas desde epidemiológicos hasta de identidad, homofobia y derechos humanos. Sin lugar a duda sus discursos ejercen poder en la construcción de los otros, los subordinados, de la posibilidad de nombrarlos. Y claro, ellos son también la puerta de invitación para procesos de colonización del lenguaje, agendas sociales y políticas, representaciones, etc. Ello me recuerda que hace algunos meses atrás tomó lugar la organización de una “reunión informal” con profesores angloparlantes para dialogar sobre la situación de los estudios sobre sexualidad en el Perú, en donde se invitaba a personas relacionadas a la academia, activistas y grupos de investigadores. El número de asistentes fue muy reducido y pensé, claro, si hacen la acotación que la reunión será en inglés, ello ya desanima la participación de los colectivos existentes. Desconozco la intención real de dicha reunión, pero ¿por qué se asume un idioma que no es el nuestro para discutir sobre la situación de los estudios en sexualidad en el Perú? ¿no es bastante colonialista tener que discutir sobre el Perú en inglés, siendo además el punto central de la discusión?
Acerca del movimiento peruano LGBT, a estos tiempos, la geografía social y política de las organizaciones ha cambiado mucho, hasta inicios del nuevo milenio no eran muchas, y no tan intensa las relaciones entre unas y otras. Recuerdo además que existía una dinámica más enfocada en temas de no discriminación, unión civil y deshomosexualización del VIH/Sida en la capital, Lima, dominada mayormente por colectivos universitarios y jóvenes. Por otro lado, existía otra realidad en el resto del país de la cual no se conocía mucho: la situación de precariedad al interior de las regiones. Cuando se inician esos primeros contactos de activistas de Lima con organizaciones al interior del país, es que se descubren prácticas solidarias y de supervivencia en las regiones, dinámicas que constituían muchas veces el fin y motivo de las organizaciones, como las colectas o actividades de venta de comidas para recaudar fondos para la compra de medicamentos paliativos de compañeros enfermos por causa del VIH o para la compra del ataúd y el nicho de los que iban falleciendo, claro está, en una época pre acceso gratuito a los medicamentos anti retrovirales.[3]
Y es a partir del 2000, en el marco del Primer Encuentro Nacional de Líderes LGBT, que las distintas organizaciones inician un proceso de reconocimiento y diálogo, en donde a partir de las necesidades de las regiones se reincorpora en la agenda política el tema de la prevención y atención en salud. A partir de ahí y con el intensivo apoyo de la cooperación internacional es que ahora existe un número significativo de organizaciones y algo de interrelación entre ellas. Recuerdo que hasta hubo en algún momento los esfuerzos por construir bloques regionales y que derive en la existencia de un Frente Nacional, pero que no tuvo suficiente empuje ni ánimo para lo que constituye –a mi entender– una carrera de largo aliento. Ello se podría comparar en visión al proceso que existe en Brasil a la hora de elegir representaciones federales y nacionales y la construcción de agendas integradas, democráticas y construidas desde las bases sociales.
Los actores y sus vicios de importancia
Los recursos financieros de la cooperación internacional han alentado y promovido el incremento de organizaciones, el activismo social, político y cultural, para generar cambios favorables en la normativa, acceso a mejores servicios de salud, educación, empleo, entre otros. Además se buscaba que en ese proceso se fortalecieran y sobretodo se perfilaran nuevos liderazgos, lo que era importante para un necesario proceso de renovación, y sobre todo para enfrentar lo que en un mediano futuro ya era casi evidente: la disminución o ausencia de fondos de la cooperación internacional y la eternamente ansiada autosostenibilidad de las organizaciones.
El Fondo Mundial de Lucha contra el Sida, la Tuberculosis y la Malaria es el cooperante en VIH, Sida y empoderamiento de comunidades gay y travestis que más ha invertido en el país, a través de proyectos nacionales que integraban al Estado y a la sociedad civil (principalmente a través de ONG responsables de la ejecución de las actividades en coordinación con las instancias estatales), lo que se denomina public-private partnership projects. El Fondo Mundial entendía que el fortalecimiento organizacional era necesario para la respuesta al VIH y por ello sus acciones incluían desde financiamiento para conformar legalmente a los colectivos, cursos de capacitación hasta alquiler de espacios para su funcionamiento operativo. Sin embargo, dada las características de estos programas, cada año el cooperante reducía los fondos conforme el Estado debía de aumentar su contrapartida, situación que nunca ocurrió, pues el Estado nunca asumió ni política ni presupuestalmente la transferencia real de los programas, hecho que se refleja en que hasta la fecha existe nula inversión en programas y/o políticas dirigidas a nuestra comunidad. Además, actualmente el Perú es considerado un país de ingreso medio, por lo que ya no es elegible para los programas del Fondo Mundial, salvo algunas convocatorias especiales dirigidas a poblaciones vulnerables específicas.
Aparte de ese contexto, se tiene un movimiento LGBT fragmentado, con pocas coordinaciones inter regionales y nula proyección de un plan político nacional. Más bien se tiene una comunidad donde algunos actores que han tenido la posibilidad de estar involucrados en las direcciones o presidencias de sus organizaciones, mandos medios de coordinación o responsables de actividades relacionadas a la administración de los centros comunitarios financiados por proyectos de Fondo Mundial, se han convertido en dueños y señores de algunas organizaciones en el país. Más aún, algunos de ellos han desarrollado un perfil ególatra, con espíritu autosuficiente, arrogante y compulsivamente mediáticos, pues desean ser la cara visible y protagonista del todo el movimiento LGBT en el país, pero que no tienen la capacidad de convocatoria e interlocución para que la gran mayoría se sume a las reivindicaciones políticas.
¿Por qué aquello último? Al interior del movimiento LGBT, las carencias económicas, políticas, organizacionales por un lado y la fragmentación y falta de solidaridad política por otro, han debilitado su capacidad para incidir a favor de derechos. A nivel nacional, no es que exista una red articulada de organizaciones LGBT ni la promoción de la misma por parte del Estado, sino un grupo humano diverso, atravesado por la pobreza, discriminación, exclusión y marginación. La interseccionalidad de clase, raza y género, produce una “comunidad” fragmentada, donde son mayormente algunos del sector medio y pobre quienes se visibilizan, organizan y demandan, mientras que los “otros blancos, clase media-alta” desarrollan un bajo nivel de solidaridad e indignación, y más bien un alto nivel de indiferencia, debido a la no percepción de discriminación, pobreza y exclusión por sus mejores condiciones de acceso a recursos (educación, empleo, salud, etc.)
Explicando mejor, diría que una buena parte de la clase alta y media de personas LGBT -la cual enfatiza lo masculino sobre lo femenino y sus valores, se considera blanca o con matices que aspiran al blanqueamiento- no participa de las demandas, o incluso contra argumenta en la cotidianeidad frente a las reivindicaciones de la comunidad LGBT organizada, pues aquello es de indígenas, negras, mestizas, afeminadas, travestis, pobres, machonas y escandalosas: “Yo nunca he sufrido de discriminación, voy dónde quiero y si puedo pagar nadie puede discriminarme”, “eso del activismo es para los cholos escandalosos y pobres, yo nunca he sufrido de discriminación”, por mencionar algunos ejemplos. Y a la vez, otra buena parte que pertenecen a la mayoría empobrecida, indígena, travesti, afro, mestiza, no participa o no le interesa dichas reivindicaciones, pero por otras circunstancias que más bien se encuentran dentro de una racionalidad más enfocada en cubrir necesidades inmediatas y evaluar el costo-beneficio de dicho involucramiento.
No es que no exista movimiento y activistas en el Perú, sino que éste es un híbrido pequeño, que se encuentra en el medio o en la intersección de los grupos de clase baja, media y alta. Claro, compuesta por sujetos con compromiso de cambio, voluntad política y capacidad de indignación; sin embargo, este proceso no se encuentra exento de los vicios de distinción y diferenciación racial, clase y género, lo que genera tensiones al interior de los mismos. Analizando, queda claro la existencia de micro relaciones de poder, basada en categorías que funcionan como capital social y simbólico: la raza, el género y la clase. Estas relaciones pueden ser casi invisibles, se reproducen de manera tan sutil en diferentes espacios o se han asumido como cotidianas o normalizadas, que hace complicado tomar conciencia de ellas para cuestionarlas y transformarlas. O claro, algunos se logran servir de ellas para mantener su hegemonía dentro del feudo, pero que, además, no es sino el espejo del racismo, sexismo y clasismo que existe en nuestra sociedad.
¿De dónde viene la importancia? Acercamientos al enfoque interseccional
Un punto importante, clave para dar respuesta a muchas preguntas ligadas a nuestra compleja sociedad marcada por la desigualdad social; la cual ha devenido en cliché, pero más en forma que en contenido, es acerca de los rezagos de nuestra experiencia colonial, la que generó e instauró una sociedad estamental, dividida en estados con acceso diferenciado a la riqueza, la educación, el ejercicio de profesiones oficios, y que hasta estas últimas incluso eran heredadas de padres a hijos.
La comunidad LGBT no escapa de este último argumento, y es justo lo que podría explicar la configuración y distribución del poder entre las organizaciones y al interior de las mismas, atrapando algunas veces a sus liderazgos en personificaciones despóticas y líderes caudillistas.
Teniendo en cuenta aquellos argumentos, me atrevo a afirmar que las organizaciones de base comunitaria en general y las LGBT en especial, son sensibles a convertirse en pequeños feudos, en donde en vez de construir y reproducir los valores y principios que se esperan alcanzar en la sociedad, se instauran más bien relaciones de poder, las cuales se hayan instrumentalizadas desde la dieta y el refrigerio para atender el taller de capacitación hasta la membresía, y el viaje con todo pagado a la capital o al extranjero. Por ello, es que a veces en las reuniones orgánicas se cuelan ciertos susurros, pero que muchas veces están silenciados por temor a cuestionar la autoridad, “porque es siempre él (ella) es la que viaja para los talleres, congresos, encuentros”.
Definitivamente esto produce una fragmentación a interior de las organizaciones. Cuando los liderazgos empiezan a tener conciencia de los relativos beneficios que tienen por ser el delegado, el presidente o el representante es que empieza a operar un proceso nocivo: la distancia con las bases y los principios, y más bien el matrimonio con el poder. Y aquí se desliza una pregunta curiosa, ¿es el cargo el que corrompe o la personalidad de los liderazgos? ¿O es la conjunción de ambos que detonan en liderazgos importantes pero verticales, impositivos y berrinchudos? Pues me ha tocado observar a líderes con la tarea de bloquear o aniquilar y expulsar a potenciales líderes, claro más jóvenes que ellos, que pueden hacerle sombra; y más bien incentivan y promocionan a quienes ayudan a expandir o reproducir su poder a través de una actitud servil, “sus hijas”[4], nada más simbólico y estructural en una sociedad estamental.
En general son sólo algunos y no la gran mayoría de los activistas que reciben el privilegio de acceder a información y conocimiento técnico, pero éste al mismo tiempo se convierte en un recurso de mucho poder. Sobre todo en grupos con mayores desigualdades como la comunidad travesti. Por ejemplo, el acceso a información (epidemiológica, propuestas de proyectos de la cooperación, presupuestos de inversión pública, convocatorias para capacitaciones y talleres) puede verse hasta como un privilegio, un recurso que las puede colocar en una posición jerárquica frente a las otras.
Tampoco creo que las organizaciones LGBT deban funcionar desde una lógica partidaria ochentera ni noventera, que no es lo mismo a que las organizaciones tengan alguna adscripción partidaria o con alguna ideología en particular. Y entiendo esa lógica basada en prácticas de disciplinamiento partidario como “el cierre de filas”, el cual muchas veces sólo favorece la continuidad de relaciones serviles, jerárquicas, la defensa de intereses netamente egocentristas, y la protección de los líderes “importantes”, pero verticales y autoritarios.
Si ya la comunidad LGBT es objeto de negación de derechos, si en el Perú nuestra comunidad es excluida de las pretensiones inclusivas del gobierno actual y lo más probable es que así siga siendo en un futuro medio, ¿por qué reproducir esas mismas negaciones y jerarquías hacia el interior del movimiento? ¿Por qué se mantienen esos feudos –el cual ya no es sólo el espacio de la organización, sino todos los campos sociales y simbólicos que se vinculan con ella–, donde se asienta que una es más bonita que otra, que ésta es más blanca que aquélla, que ésa tiene más recursos que todas las demás?
Por supuesto que una configuración estamental al interior del movimiento produce sus propios “privilegiados importantes”, el político y el académico se convierten en categorías exclusivas para denominar a los otros –que repito son la gran mayoría– ignorantes, apolíticos, y hasta traidores, convirtiéndose en una actitud tendenciosa y que termina generando diálogos entre unos cuantos y no entre todos que conforma la base social y comunitaria.
Además, es cierto que entre los diferentes feudos dialogan, pero también bajo intereses que a veces son irreconciliables, lo que no ha ayudado en nada en la generación de frentes amplios y nacionales en base a objetivos comunes que enfrenten además problemas comunes como la discriminación, el reconocimiento de las uniones civiles, la falta de acceso a educación, empleo, salud integral y los crímenes de odio. Para ello se requiere una revolución primero al interior del movimiento, que quiebre dichos privilegios, que democratice los recursos y que rompa con las líneas de sucesión por nacimiento, a “mis hijas”.
La dilatación de una transformación efectiva, hace que el movimiento esté a merced de los vicios generados por la estructura estamental y también de los discursos externos que pretenden homogenizar la lucha comunitaria en todo el sur global, a partir de teorías foráneas, academicistas y desarrollistas que no han tenido ningún logro efectivo. Ello implica que haya una revitalización de las apuestas de transformación que partan de las propias racionalidades o cosmovisiones LGBT del país, basadas en sus propias voces, posicionamientos geopolíticos, sus políticas del cuerpo, sus economías emocionales, y sus tejidos afectivos, y que pueda dialogar en un contexto sur-sur y que interpelen las teorías hegemónicas del norte, en donde incluso el estado pueda brindar su apoyo en los procesos de diálogo con ellos. Solo así se podrá trazar una estrategia políticamente situada no abstracta, totalizante y homogenizadora, sino con cuerpo, rostro y nombre(s) propios(s).
Definitivamente no queremos un sumo pontífice, no necesitamos oráculos que concentren y centralicen el conocimiento y los recursos, que reproduzcan verticalidad y que conviertan el discurso de la asistencia técnica en una herramienta de asistencialismo y dependencia perversa. Tampoco necesitamos de herramientas de otros contextos ni copiar sus realidades. En la actualidad se requiere desjerarquizar y desmantelar el aparato de privilegios de aquellos liderazgos y sus vicios, así como las relaciones entre los miembros al interior de las organizaciones. Sólo renovando el diálogo entre pares de manera horizontal, se podrán involucrar a diferentes actores que tendrán el derecho de ser importantes y líderes, elegidos por la propia comunidad y respaldados principalmente por sus bases y no por las ONG’s, la cooperación o el propio Estado; pero eso sí, identificando muy bien esas micro relaciones de poder, revertiéndolas en relaciones democráticas e inclusivas.
Footnotes
- El Mhol fue fundado en 1983 (Jaime, 2013: 177).
- Resultado de la evaluación que realiza y publica anualmente la guía gay internacional Spartacus, son 14 indicadores que permiten evaluar la ubicación de los países, que incluye desde los aspectos positivos como legislación antidiscriminación, hasta los más negativos como persecución, leyes anti gays e incluso pena de muerte. Ver: http://www.larepublica.pe/columnistas/el-factor-humano/enfrentando-el-dolor-04-08-2013.
- No debe entenderse que el impacto de la epidemia del VIH y sida es más fuerte en las regiones que en Lima, pues ésta última concentra más del 80% de casos. Se debe tener la cuenta las densidades poblacionales, pues Lima concentra cerca del 31% de la población nacional, además que a inicios del 2000 la mayoría de colectivos en Lima, se encontraban integrados por jóvenes de clase media, universitarios; en donde la epidemia no había golpeado aún fuerte, lo que no reduce las situaciones de vulnerabilidad para jóvenes travestis, gay y bisexuales. Sin embargo un punto que hay que mencionar es la intersección entre epidemia y pobreza, pues son justamente en este sector pobre y joven (específicamente travesti) donde la epidemia ha tenido mayor impacto a nivel de Lima y regiones.
- Es frecuente dentro de los grupos LGBT que existan las “madres” quienes normalmente son los/las de mayor edad y que dan soporte amical o emocional a los/las de menor edad, a las que terminan denominando “hijas”, donde se enfatiza mucho en las comunidades gay y travesti la figura femenina. En algunas organizaciones incluso algunos líderes denominan sus “hijas” a sus pares, lo cual denota que estas últimas están siendo formadas por la primera a través del apoyo de acciones y actividades en la organización.
Works Cited
Alvarez, R. y J. Bracamonte (2006) Informe Anual 2005. Situación de los derechos humanos de lesbianas, trans, gays y bisexuales en el Perú. Lima, Movimiento Homosexual de Lima (MHOL).
Béjar, H. (2011) Política social, justicia social. Lima, Achebé Ediciones.
CONAMUSA (2011). Estudio de vigilancia epidemiológica de ITS y VIH en hombres que tienen sexo con hombres comparando las metodologías e reclutamiento: muestreo por conveniencia, muestreo por tiempo y espacio y muestreo dirigido por participantes. Lima
Ferreyra, M. (2008), “Gender Identity and Extreme Poverty” in Dubel, I. and A. Hielkema (eds.) Urgency Required. Gay and Lesbian Rights are Human Rights. Hivos, pp. 207-212.
Ghai, D. (ed.) (2006) Decent Work: Objectives and Strategies. Geneva, ILO.
Jaime, M. (2013) Diversidad sexual, discriminación y pobreza frente al acceso a la salud pública. Buenos Aires, CLACSO.
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Mhol (2012) ‘Informe sobre la República del Perú. XIII Ronda del Examen Periódico Universal. Lima
Romero, G. (2011) Muertes sin duelo. Crímenes de Odio por Orientación Sexual e Identidad de Género. Mhol, Lima
Salazar, X. and J. Villayzan (2009) Lineamientos para el Trabajo Multisectorial en Población Trans, Derechos Humanos, Trabajo Sexual y VIH/Sida. Lima: IESSDEH, REDLACTRANS, UNFPA.
Sardá-Chandiramani, A. (2008), “Recovering the Lost Memories of Bravery (I): Latin America Non-Normative Sexualities in the 21st Century” in Dubel, I. and A. Hielkema (eds.) Urgency Required. Gay and Lesbian Rights are Human Rights. Hivos, pp.194-203.